"Era 1989. una vez finalizada la última etapa de la gira Apettite For Destruction, yo estaba de vuelta en Los Angeles, bastante vago e incómodo; por primera vez en dos años no tenía un lugar determinado donde estar, ningún trabajo que hacer al despertarme. Estuve tanto tiempo afuera que nada me satisfacía y todo lo cotidiano me parecía extraño. No sabía cómo se suponía que tenía que ir al almacén luego de haber tocado en grandes estadios en Japón la semana pasada. Estuve de gira el tiempo suficiente como para olvidarme que alguna vez me compraba mis propios cigarrillos y alcohol, y lo que realmente no podía evitar era la adrenalina de tocar todas las noches.
Izzy llamó y fuimos a la casa de un amigo de un amigo, que llamaremos Bill. Habíamos probado algo de heroína en Australia, entonces al llegar a casa ya sentíamos ansias de más. Aparte, luego de dos años de giras, ambos sentíamos que subconscientemente la deseábamos. De todas maneras, Bill tenía buen gusto para las drogas y siempre tenía mucha variedad; también era muy generoso. Cuando comenzás a volverte famoso del todo, algunas cosas típicas suceden: en Hollywood, si salís a un bar, todos quieren comprarte un trago, podés entrar a cualquier club; te guste o no, de repente formas parte del circuito nocturno. Cuando eso comenzó a sucedernos, fue lo menos interesante que alguna vez hubiera imaginado para mi vida. Esa escena hollywoodense era la misma mierda de siempre, y cuanto más reconocido me volvía, menos me gustaba. La cantidad de tipos que querían salir de joda conmigo se había cuadruplicado, entonces me volví enteramente solitario y retrospectivo, por eso tiene sentido que me haya dormido en una zona confortable y seductora de heroína. No quería ir a clubes de stripers, ni salir a buscar minas calientes ni cualquier otra cosa que pudiera hacer gracias a mi nuevo status. Todo lo que quería hacer era ir de Bill y drogarme. Resultó ser el comienzo de una larga y pesada obsesión con la heroína que duró desde 1989 hasta 1991.
Durante ese tiempo pasé por una sucesión interesante de novias, un puñado de ellas que veía en casa, una cada noche. En algún momento de ese mes, mi manager tuvo la brillante idea de hacerme participar de los MTV Video Music Awards, para entregarle un premio a alguien. Ni siquiera recuerdo para quien era el premio, pero mi co-presentadora era la estrella porno Traci Lords, entonces nos encontramos en el backstage y luego comenzamos a salir inmediatamente. Yo estaba en un lugar extraño; era levemente famoso, era infame, pero aún estaba atrapado en un estado rotoso y pagano en cuanto a mi calidad de vida. Por ese tiempo, podía tener 15 millones de dólares en el banco, pero no hubiera cambiado mi estilo de vida en absoluto; no tenía auto, era feliz viviendo en un departamento de un ambiente que parecía la habitación de un hotel normal, no necesitaba nada más –ahí estaba puesta mi cabeza. Al mismo tiempo, sabía cómo comportarme como un caballero, que es lo único que Traci Lords esperaba en una cita. Entonces de alguna manera nos supimos llevar bien.
Pero a Traci no le gustaba nada eso de que nos vieran juntos en público; si íbamos a algún lugar en donde nos pudiera llegar a prestar atención alguien, ella me ponía la estúpida condición de que yo entrase después de ella y nos encontráramos adentro, como si fuese un encuentro casual. Obviamente yo era reconocible, entonces ella siempre insistía en que salgamos por la puerta que da a algún callejón. Ahí comprendí que ella quería guardar un bajo perfil porque no quería que se pensara que era una más de esas groupis trolas o una de esas chicas porno con las que tipos como yo salían. Yo nunca fui de esos, ni los comprendo, de hecho la única razón por la cual la conocía era porque la había visto en esa película en donde se inclina hacia atrás agarrándose los tobillos, y se veía espectacular. Yo realmente apreciaba eso, por eso creí que todo el mundo lo haría también. Nunca llegué a creerle toda es farsa.
Por supuesto que cuando empezamos a salir, mi amigo West Arkeen trajo una copia de “New Wave Hookers” (algo así como “La nueva generación de putas”) entonces pudimos comprobar todo lo que hacía. La película era muy entretenida pero también un poco fastidiosa porque Traci y yo todavía no nos habíamos acostado. Nuestra relación estaba empezando a convertirse en una molestia en vez de en algo que valga la pena.
Un día Traci me llamó temprano para arreglar una salida, y ese mismo día vino West con una pila enorme de crack. Estuvimos despiertos durante dos días y cuando Traci pasó a buscarme para salir, West y yo estábamos gateando por las alfombras en busca de rocas. Yo sabía que ella estaba por venir, pero no podía evitarlo: éramos un desastre, la única persona a la que no le hubiera importado eso era a una puta con crack. El lugar era una pocilga de mierda a todo nivel y no ayudaba en nada que West estaba ahí como si fuera un pigmeo: él media solo 1,55m, tenía el pelo finito y rubio y realmente grasoso después de fumar crack durante dos días.
West tenía esa sonrisa permanente en su cara que se volvía más y más perturbadora a medida que él más se arruinaba. Esa tarde estaba tan arruinado que se le insinuaba abiertamente con la mirada a Traci.
West estaba tan drogado que no tuvo mejor idea que buscar en una estantería la copia de New Wave Hookers y señalando la tapa decía: “Esta sos vos, no? Sos Traci Lords!”. Y seguía sonriéndole.
Traci echó una larga y lenta mirada hacia alrededor. “Ya vuelvo”, dijo con su suave vocecita. “Me olvidé unas cosas en el auto”.
“Si, joya”, le dije. “Después nos vamos”. Yo estaba drogado y no tenía precisamente mucho sentido del tiempo, pero inmediatamente me di cuenta que se había ido lo suficientemente lejos como para alguna vez regresar.
Hice lo que cualquiera con dinero fresco haría luego de alquilar por un tiempo: me compré una casa tal como me indicó mi manager. Aún no tenía idea sobre mi futuro ni cómo manejar las finanzas; no tenía ningún tipo de aspiraciones materiales. No gastaba mucho en nada en ese momento; hasta ese momento el dinero era un concepto abstracto para mí. Encontré una casa en las afueras de Laurel Canyon, y siempre fue conocida como la casa Walnut. Por esos tiempos yo estaba bastante descontrolado. Recuerdo que fui a un encuentro con mi contratista para hablar de la remodelación del baño, y pensaba que llevar algunas líneas sería una buena idea para romper el hielo. Nos paramos en el baño para que me mostrara el trabajo que se iba a hacer. “Si, si, joya flaco”, le dije. Bajé la tapa del inodoro y separé cuatro líneas finitas de coca. “Querés una?”, dije.
Se mostró un poco incómodo y me respondió: “No, no gracias. Estoy trabajando”. “Ok, bueno, esta bién”, le dije. “Me tomo la tuya entonces”. “No es solo eso, sino que son las 8 de la mañana”, me respondió sonriendo como disculpándose.
En ese momento yo era cada uno de los atormentantes clichés que ese tipo pudo haber escuchado hablar sobre una estrella de rock, todo en uno solo, más aún cuando se enteró que lo había contratado para convertir a uno de los baños junto con su jacuzzi en un territorio para serpientes que ocupó un cuarto del espacio del baño. Iba a construir paredes de vidrio para encerrar, desde el piso hasta la claraboya, a la bañadera, la cual estaba elevada; y además le agregó escaleras transparentes para poder ver a mis mascotas donde quiera que estén. No podía esperar a llenar de árboles y de todas esas mierdas que le gustan a las serpientes. En la casa Walnut llegué a tener más de 90 serpientes y reptiles.
No hacía falta ser un clarividente para ver que si queríamos volver a ser una banda, Izzy, Duff, Steven y yo tendríamos que ponernos a escribir un poco de música y conseguir que Axl se interese y vuelva al ruedo. Seguimos ensayando, y una vez que conseguimos algunas canciones, fuimos a lo de Izzy para escribir algunas letras y ver en donde tenía puesta su cabeza. No tardé mucho en darme cuenta. Estaba en el baño meando y de repente me doy cuenta que la ducha tenía una capa de polvo de 5 centímetros de espesor. No habían usado esa cosa durante semanas –así de ido estaba Izzy. Axl apareció ese día y, a pesar de todo, comenzamos a trabajar en una canción que terminó siendo Pretty Tied Up. Me acuerdo que Izzy había agarrado un platillo, un palo de escoba y algunas cuerdas y construyó una cítara con todo eso. No hace falta decirlo, Izzy estaba hasta la verga de droga.
No tuvimos que chocar con él en absoluto; el se llevó un susto muy serio una noche que lo enderezó para siempre. Lo que fuera que le pasó, lo shockeó tanto que nunca quiso hablar del tema. Llamó a su padre para que lo viniera a buscar desde Indiana e irse a casa, así fue cómo y cuándo Izzy se limpió. Y ha estado limpio desde entonces.
El resto de nosotros siguió trabajando, y una vez que logramos conseguir algún material y comunicarnos nuevamente con Axl, él nos hizo saber que quería, junto con Izzy, escribir el próximo disco en Indiana. No podía imaginarme por qué; ambos se habían ido de Indiana ni bien pudieron venir a Los Angeles y nunca parecieron muy enamorados de la idea de regresar. De cualquier modo, nuestra situación era tan impredecible que no me iba a mudar a ningún lado sin la garantía de que obtendríamos algo bueno. Al final arreglamos quedarnos en Chicago.
Doug Goldstein, que era nuestro manager, y yo fuimos a echar un vistazo a donde viviríamos y ensayaríamos. Elegimos el Cabaret Metro, que es un club de rock famoso en el norte de la ciudad; es un espacio para conciertos que alberga un club llamado Smart Bar en el sótano, y también tiene un teatro arriba. Alquilamos un departamento de dos pisos en un edificio en la Clark Street, justo al lado de donde pasaba el tren elevado.
Nos mudamos allí con nuestros técnicos Adam Day y Tom Mayhem, nuestro productor y con nuestro nuevo guardia de seguridad, Earl. Duff, Steven, los técnicos y el productor vivían en el departamento de abajo, y Axl, Izzy, Earl y yo en el de arriba. Yo estaba cómodo porque tuve el lugar para mí solo la mayor parte del tiempo –le tomó más de un mes a Axl unirse a nosotros, e Izzy estuvo allí por menos de una hora. En nuestro abundante tiempo libre con Duff tratábamos de mantenernos en forma. Yo tenía una bici y solía usarla entre el departamento y la sala de ensayos, iba saltando cualquier cosa que estuviera en el camino. Era un buen ejercicio. Algunos días íbamos al gimnasio con Duff, preferentemente después de nuestros vodkas matutinos. Fuimos a uno de esos grandes YMCA(Asociación Cristiana de Jóvenes) públicos con Earl para levantar pesas. Llegábamos en jeans, y hacíamos ejercicios entre cada recreo que tomábamos para fumar –era realmente vigorizante.
Todas las noches íbamos al Smart Bar. No nos llevábamos realmente bien con la gente de allí, pero teníamos una docena de minas. Parecía la pasarela de un desfile el lugar, pero ocasionalmente me enfoqué en una de ellas. Se llamaba Megan, tenía 19 años y vivía con su mamá y un hermano menor en un suburbio cercano. Era una chica muy dulce y alegre, exótica y con unos grandes pechos.
Yo traté de mantener el curso cuando Axl vino a la ciudad, pero dos incidentes pusieron fin a mi estadía en la Ciudad Ventosa. El primero fue una noche en que volvíamos de beber, y queríamos darnos una panzada de comida italiana en el restaurant de enfrente de casa. Yo tenía una vista general de lo que pasaba porque, según recuerdo, me pasé toda la noche acostado en el techo del auto, yendo de un bar a otro. Nuestro lugar italiano preferido quedaba en la esquina de casa y aparentemente Axl se había deshecho de toda la comida de la banda dándosela a unas pocas personas que se habían dado cuenta que vivíamos allí y le gritaban desde la calle. Luego, prosiguió destrozando completamente la cocina y rompiendo todo lo que encontró de vidrio en el departamento. Unos días después nos dimos cuenta que Izzy había llegado manejando desde Indiana justo durante ese berrinche de Axl. Echó un vistazo de lo que sucedía desde la calle, se subió al auto, y regresó para Indiana sin siquiera haber entrado al edificio.
Supongo que luego del primer incidente, debimos habernos dado cuenta que Axl no estaba contento y lo demostraba de esa manera, pero en ese momento habíamos llegado a un punto en el cual dejábamos que haga lo que quisiera y nosotros simplemente lo ignorábamos.
Quién sabe, si hubiésemos escuchado lo que él quería y hubiéramos obedecido un poco más quizás no se hubiera vuelto tan loco. Igual, quién hubiera podido imaginarse qué era lo que lo hacía tan infeliz? El llegó con esa actitud de resentimiento y amargura que parecía proveniente de un lugar muy deprimente. Pero, para ser honesto, debo decir que el que más me preocupaba era Steven: él era un gran problema; se estaba dando con toneladas de merca y sus actuaciones eran cada vez peores. Al principio no me daba cuenta, él escondía la cocaína en la heladera.
Nosotros salíamos y compartíamos un poco de merca, pero no podía comprender cómo era que Steven estaba siempre tan arruinado. El guiñaba el ojo y me decía: “Hey, che, la bandeja de la manteca”, y señalaba la heladera.
“Si, ok, Steve. Seguro”, le decía. Iba a la heladera, me preparaba un trago y volvía sin nada que reportar. No pensé que quería que realmente me fijara en la bandeja de la manteca. Estaba tan hecho mierda que no tomaba en serio lo que me decía.
“Viste?”, me preguntó con una amplia sonrisa. Seguía señalando la heladera y diciendo: “La bandeja de la manteca”.
“Si, ya la vi”, le dije. “Está muy buena la heladera que tenés. Muy linda la bandeja de la manteca”.
“La bandeja de la manteca”
“Bueno Steven, que estas tratando de decir?”
Tom Mayhem lo descubrió accidentalmente. Steven tenía un abastecimiento extra de coca en la bandeja de la manteca.
La gota que colmó el vaso con Axl sucedió una noche en que trajo algunas chicas a casa. Megan se había ido, y yo ya estaba durmiendo. Era la madrugada y oí una conmoción: escuché el ruido de algunas personas que pasaban en fila por enfrente de mi dormitorio hacia el de Axl. Hasta ese momento, Axl había estado casi permanentemente en su dormitorio hablando por teléfono. Esa noche era claramente una ocasión distinta.
Mi cuarto estaba en el frente del departamento separado del de Axl por el living y un largo pasillo como el de los ferrocarriles. Entonces fui a ver que estaba pasando; encontré a Earl, Tom Mayhem, Steve y Axl jugueteando con dos chicas muy despechadas que habían traído. Estuvimos un rato ahí, y cuando se hizo tarde, quedó por sentado que iban a tener sexo con todos nosotros. Estaban con la intención de darnos una mamada a cada uno, lo cual me parecía razonable, pero no querían coger. Por alguna razón eso enojó mucho a Axl. Las chicas tenían un argumento bastante inteligente para negarse, pero Axl se permitió disentir. El debate continuó un momento, todo bastante tranquilo, pero de repente Axl explotó. Las echó a la mierda con una ira que me sorprendió. La forma en que reaccionó fue totalmente innecesaria. El colmo fue que el padre de una de las chicas era una eminencia dentro de la policía de Chicago, o al menos eso me dijeron. Tarde en la mañana, armé las valijas y volé a L.A. Unos días después llegó Megan para vivir conmigo.
Cuando me nublaba creativamente, me volvía muy autodestructivo con las drogas. Era la excusa que tenía para recorrer ese camino. Es un fenómeno común entre los drogadictos. Entonces recién llegado a L.A., y considerando cómo estaban las cosas con la banda, cuando se me presentaba la oportunidad de crear algo, la aprovechaba. Con Megan habíamos sentado cabeza; éramos felices con nuestro nuevo hogar. Ella resultó ser una gran ama de casa, mantenía muy bien el lugar y cocinaba. Se iba a acostar temprano, por la mañana iba al gimnasio y luego ordenaba la casa y preparaba el almuerzo. Atendía la casa, y a eso de las 10 u 11 de la noche se iba a dormir, yo me quedaba despierto toda la noche abajo, en el living, inyectándome a cada rato en el baño negro. Algunas noches escribía canciones tirado en el sofá, otras noches simplemente me quedaba mirando las serpientes. La mañana llegaba sin darme cuenta, entonces Megan se levantaba y la pasábamos bien un rato hasta que me cansaba. Ella nunca hacía preguntas, y así fue que convivimos felizmente durante un tiempo. Teníamos apodos para todo tipo de cosas. Para ella todo era “lindo” o “dulce”, y yo era “cariño”.
Pronto comencé a darme duro con speedball(es la combinación de cocaína y heroína) y realmente disfrutaba la variedad de alucinaciones paranoicas que éste traía. Nadie me había enseñado a inyectarme speedball; pensaba que sería como un Reese`s Peanut Butter Cup narcótico (es una marca de maní con chocolate, o algo por el estilo). La coca y la heroína eran dos sabores grandiosos que yo sabía que juntos irían muy bien. La embestida de la coca me elevaría y luego la dosis de heroína entraría en juego, y el viaje tomaría un rumbo maravilloso; las dos se complementaban, elevándome una y calmándome la otra, la mezcla era fantástica. Siempre terminaba inyectándome toda la heroína antes de que me segara la coca, por eso por lo general terminaba al borde de un infarto. Al final de esas noches terminaba con el presentimiento de que alguien me observaba, entonces empecé a pensar que caminar por mi casa armado hasta los dientes sería una buena idea.
Compré un montón de armas: una escopeta, un .38 Especial, una .44 Magnum y algunos revólveres. Solía llevar el .38 en la parte de atrás del pantalón, y después que Megan se iba a dormir, y luego de haberme inyectado suficiente coca y heroína, caminaba por la casa pensando en diversas cosas mientras veía esas pequeñas figuras alucinantes que se aparecían en las esquinas de mis visiones. Las veía bucear y rodar desde el caño de las cortinas o correr por los zócalos de las paredes, pero cada vez que quería mirarlas fijo, desaparecían. Por ahí dejaba de hablar con todo el mundo y empezaba a hacer un montón de dibujos. Siempre los dibujos han representado cómo me sentía en ese determinado momento de mi vida. En ese período, lo único que dibujaba eran dinosaurios y variados diseños de logos.
Debí haber estado dibujando esos pequeños demonios que nunca pude ver realmente o capturar en una película, creéme que lo intenté. En cuanto empecé a inyectarme speedball regularmente, esos hombrecitos aparecían por cualquier lado. Eran unos personajes pequeños y corpulentos, que se traslucían, y yo los podía ver desde lejos hasta que, a veces, se me subían a la campera. Yo quería llegar a conocerlos de alguna manera; cuando me tiraba al piso esperando que mi ritmo cardíaco se relaje, veía el pequeño espectáculo parecido al Cirque du Soleil que esos tipos hacían por todo el cuarto. Muchas veces pensé en despertar a Megan para que pudiera comprobarlo. Incluso les tomaba fotos en el espejo cuando los encontraba colgados de mi pelo y en mis hombros. Comencé a hablar de ellos y a verlos tan claramente que hasta lo volvía loco a mi dealer. En la rara ocasión en que tenía que salir de mi casa para conseguir la droga, solía inyectarme directamente en el lugar y luego empezaba a ver a esos hombrecitos subirse a mi brazo.
“Hey, los ves?” preguntaba extendiendo el brazo. “Ves a ese hombrecito, ahí? Está justo ahí”.
Mi dealer se quedaba mirándome sin expresión. Ese tipo era un dealer que estaba bastante acostumbrado al extraño comportamiento de los faloperos. “Mejor andate, flaco” me dijo. “Estás demasiado ido. Deberías irte a casa” Aparentemente yo no era bueno para el negocio.
Una noche estaba patrullando la casa con mi escopeta y bajé las escaleras para ir al living. Después volví a subir, pasando por el dormitorio donde Megan dormía, y fui hasta el ático. Cuando iba subiendo, el arma se disparó e impactó en el cielo raso. Megan ni siquiera se despertó.
David era un tipo entrador y bastante sabio en todo lo que sea abuso de químicos. Me preguntó qué estaba haciendo respecto a las drogas, y qué me estaba pasando emocionalmente y síquicamente, y con la banda. Divagué un poco, pero cuando empecé a hablarle sobre mis pequeños y traslúcidos amigos, David me interrumpió. La conversación en si misma era demasiado íntima como para tenerla con alguien que no veía desde los 8 años, pero escuchó lo suficiente.
“Escuchame” me dijo. ”No vas por buen camino. Si ves cosas a cada rato, lo que estás haciendo con vos no es para nada bueno. Estás en un punto muy bajo espiritualmente cuando eso comienza a suceder.” Se detuvo un momento. “Te estás exponiendo al lado más oscuro de tu subconsciente. Te estás haciendo vulnerable a todo tipo de energía negativa”
Yo estaba tan alejado de la realidad que no le creí nada. Pensaba que mis alucinaciones eran mi tiempo de entretenimiento.
“Ok, está bien” le dije. “Si, supongo que está mal. Estoy notificado.”
Doug pensó que podría intentar una mediación con Steven llevándolo de vacaciones a un exclusivo resort y golf club en Arizona. Yo era una especie más difícil –ninguna sugerencia de rehabilitación terminaría bien, tampoco la idea de andar siendo cuidado por alguien. En realidad, nadie podía decirme nada en ese momento; tenían que confiar en que tomaría las riendas de mi vida nuevamente. Y yo lo intenté realmente; pensé en cómo podía cambiar el curso durante muchas noches que pasé drogado en la casa Walnut.
Hice que un médico me recetara Buprinex, que es un bloqueador de narcóticos. El me proveía botellas de Buprinex y jeringas. Era un tratamiento muy caro, pero este tipo era una especie de Dr. Feelgood(Dr. Sentirse-bien); no la clase de tipos que tienen una práctica legítima de la que puedan hablar.
Llevé todo eso la noche que decidí espontáneamente irme para Arizona, donde estaban Steven y Doug. Tenía sentido en ese momento: el sol de Arizona era un lugar perfecto para empezar a disminuir mis hábitos. Le dije a Megan que tenía que hacer no sé que mierda con la banda y que volvería en cuatro días. Reservé un pasaje, llamé una limusina y llamé a un dealer que sabía que vivía camino al aeropuerto. Tenía todo planeado. Cargué suficiente coca y heroína, todo el Buprinex y ya estaba listo para irme en un hermoso fin de semana de relax y tranquilidad en el resort de golf.
No había llamado a Steven o Doug para decirles que iba para allá, entonces cuando llegué aquella noche, estaba solo. No pasaba mucho en el pueblo, pero no me importaba.
“Hey, a cuánto estamos del lugar?” le pregunté al chofer de la limusina.
“A unos 45 minutos, señor” me dijo.
“Ok. Podríamos parar en algún lugar para conseguirme una vajilla?” le pregunté. “Tengo un poco de alimento que quisiera comer.”
El chofer manejó unos 20 minutos más y paró en un Denny’s.
Salió y me trajo un cuchillo y un tenedor envueltos en una servilleta. “Bárbaro” pensé.
“Hey” le dije. “Hay algún otro lugar para detenernos? Necesito un set de vajilla completo”
Después de otros 15 minutos paramos nuevamente y conseguí una cuchara. Ahí subí el separador que divide el asiento de adelante del mío, saqué las drogas y me preparé la comida.
Me alimenté y me relajé mientras íbamos para el hotel. La abundante maleza que presentaba el paisaje de Arizona y los vidrios polarizados hacían todo muy exuberante.
Cuando llegamos al resort, el Venetian, llevé la fiesta a mi habitación. No era el tipo de lugar a los que estaba acostumbrado, no parecía un cuarto de hotel; eran una especie de cabañas ubicadas en un hermoso y cuidado campo de golf. Mi habitación era muy linda, con unas cortinas blancas y lisas rodeando la cama, un pequeño hogar, y un baño con la ducha encerrada en una mampara de vidrio –era como un spa muy bien equipado. Era tan relajante que pensaba que la mejor terapia sería inyectarme coca y heroína toda la noche para calmar mi alma.
Pronto olvidé que la mierda que había llevado debía durarme cuatro días –actuaba como si tuviera algo que celebrar. En unas horas me había quedado sin heroína. Es un problema común en los drogadictos: cuando estás limado, estás en un lindo estado de conformidad, todo es bueno y calmado, y es ahí cuando hacés los planes; ahí es cuando te das cuenta cuantas dosis necesitarás. Luego empezás a doparte y todo cambia.
Esa noche seguí inyectándome coca sólo por inyectarme y estuve bastante contento esas pocas horas. Y luego las cosas se enrarecieron. Empecé a boxear contra la sombra de los monstruos que veía a través de las cortinas que enmarcaban la cama. Me movía como si estuviera ejercitándome en un gimnasio. La pelea con la sombra duró toda la noche, hasta que salió el sol y desapareció toda sombra, finalizando así con mi actividad. Una vez que me recuperé de ese trance, me di cuenta que sería mejor ir a buscar a Steven y Doug.
Primero decidí darme una ducha, arreglarme un poco. Pero antes de eso, opté por una última dosis de coca. Me sentí bárbaro cuando me puse bajo la gran lluvia de agua de la lujosa ducha. Y fue allí debajo de esa agua tan cálida cuando las alucinaciones de la coca me pegaron más duro que en la noche, o que en cualquier otra noche. La luz del día entraba plenamente por la claraboya, pero yo veía cómo emergían unas enormes sombras desde las esquinas. Crecían desde el piso enfrente mío, desde el vidrio de la ducha y tomaban la forma de las sombras de los monstruos con los que había boxeado más temprano. Estaban justo enfrente mío, tapando la puerta de vidrio, y como yo no estaba dispuesto a dejar que me alcancen, entonces las golpeé tan duro como pude, rompiendo en añicos todo el panel de vidrio. Me quedé parado allí con una mano cortada, bajo el agua, paralizado y paranoico, buscando con la vista por todo el baño a otros enemigos. Ahí fue que aparecieron mis pequeños amigos.
Siempre se vieron como el tipo de Depredador para mi, pero en escala y de un azul verdoso medio transparente; eran chiquitos pero fornidos con la misma cabeza puntiaguda y el pelo con rastas gomosas. Siempre fueron apariciones bienvenidas y distracciones tranquilas, pero esta vez fue una alucinación siniestra. Los vi agrupados en la puerta; era un ejército, tenían pequeñas ametralladoras y armas que parecían arpones.
Estaba aterrorizado; corrí por los vidrios rotos que había en el piso y cerré de un portazo la puerta corrediza de vidrio del baño. La sangre comenzó a acumularse como en una pileta debajo mío, fluyendo desde mis pies, pero realmente yo no sentía nada; veía horrorizado cómo las criaturas escurrían sus extremidades por la puerta, deslizándola para abrirla. Puse todas mis fuerzas contra la puerta para que no la pudieran abrir, pero no hubo caso; ellos estaban ganando y yo estaba perdiendo el balance sobre los vidrios rotos.
Decidí huir. Pasé a través de la puerta corrediza, esparciendo los vidrios por todos lados y cortándome más aún. Cuando salí corriendo de la cabaña, la luz del día, el verde furioso del césped, y los colores en el cielo eran abrumantes, todo era inquietante, brillante e intenso.
Todo en mi cuarto había sido tan real que yo no estaba preparado, en esas condiciones, para pasar de las pálidas cortinas a la claridad de la luz del día tan de repente.
Salí corriendo, totalmente desnudo y sangrando, por el campo de golf, escapando del ejército de Depredadores que veía sobre mi hombro cada vez que me daba vuelta a mirar. Necesitaba un alivio de la áspera luz del día, entonces me agazapé a través de la puerta abierta de otra cabaña. Me escondí detrás de la puerta y luego detrás de una silla, a medida que los Depredadores iban llegando al cuarto. Había una mucama allí, haciendo la cama, que comenzó a gritar cuando me vio. Gritó más fuerte aún cuando traté de usarla como escudo humano para protegerme de los pequeños cazadores que me acechaban.
Huí de nuevo, corriendo a máxima velocidad a través del resort con un ejército trasluciente en mis tobillos; los colores y el paisaje sólo colaboraban con mi demencia. Corrí por detrás del clubhouse principal, y pasé por la puerta de atrás hasta la cocina; todo en la cocina era vertiginoso, así que corrí hacia el lobby. Había huéspedes y gente del resort, y recuerdo haber agarrado a un tipo de negocios muy bien vestido, que estaba parado ahí con su equipaje, para usarlo de escudo humano nuevamente. El parecía tan seguro y firme que pensé que podría mantener a los Depredadores alejados, pero me equivoqué. Ellos en realidad me alcanzaron y comenzaban a subir por mis piernas mientras cargaban sus pequeñas armas. El tipo de negocios no quería saber nada conmigo, se sacudió entonces yo me fui por atrás a un cuarto de servicio que estaba cerca de la cocina. Como la gente comenzaba a congregarse, corrí de nuevo para afuera, encontrando oscuridad y refugio de casualidad en un cuartito en el campo de golf, en donde me escondí detrás de una cortadora de césped hasta que, finalmente, las alucinaciones comenzaron a desaparecer.
Ya había causado una buena conmoción para ese momento; la policía había llegado y, junto con una multitud de espectadores, me enfrentaron en el lugar donde me escondía. No volví a ver a los Depredadores, pero cuando le di mi testimonio a la policía, éste incluyó una detallada recreación de cómo me habían perseguido a través de todo el resort para matarme. Todavía estaba tan ido que conté la historia sin el más mínimo dejo de conciencia. Todo a mi alrededor se veía bastante bizarro; más aún cuando Steven irrumpió entre la multitud para alcanzarme un pantalón corto"
No hay comentarios.:
Publicar un comentario